Este artículo, Sobre la religión en familia, es de John Wesley sobre lo que la Biblia dice de la religión entre la familia.
Sobre la religión en familia
(Traducción ligeramente abreviada)
“Mas mi casa y yo, serviremos al Señor.” (Josué 24:15)
Este artículo, Sobre la religión en familia, es de John Wesley sobre lo que la Biblia dice de la religión entre la familia.
Una tal resolución es digna de este santo canoso, Josué, quien experimentó desde su juventud la bondad del Señor. ¡Cuánto desearíamos que todos aquellos que conocieron la gracia del Señor, que salieron de Egipto y de la esclavitud del pecado, hagan esta misma decisión sabia! Entonces la obra del Señor prosperaría en nuestra tierra; entonces Su palabra correría y sería glorificada. Entonces las multitudes de pecadores en todo lugar extenderían sus manos hacia el Señor, hasta que “la gloria del Señor cubra la tierra, como las aguas cubren el mar”.
Al contrario, ¿cuál sería la consecuencia si ellos no asumen este compromiso? ¿si descuidan la religión en su familia? ¿si no se preocupan por la generación que se está levantando? ¿No morirá el presente avivamiento dentro de poco tiempo? ¿No se confirmará el comentario desanimado de Lutero, de que “un avivamiento nunca dura más que una generación” (con lo que quiso decir, treinta años)? Pero, bendito sea Dios, esto no fue verdad en el presente; porque vemos que este avivamiento, desde sus inicios en 1729, ya ha durado más de cincuenta años.
¿No hemos visto ya algunas de las tristes consecuencias, cuando los hombres buenos no asumen este compromiso? ¿No se ha levantado una generación, en este mismo tiempo, y de padres piadosos, que no conoce al Señor? ¿que no tienen su amor en sus corazones, ni su temor ante sus ojos? ¡Cuántos de ellos ya desprecian a sus padres, y se ríen del consejo de sus madres! Y no pocos de ellos han abandonado toda religión, y se han entregado a toda clase de maldad.
Aunque haya excepciones, la maldad de los niños es generalmente por la culpa o la negligencia de sus padres. “Instruye al niño en el camino que debe andar, y aun cuando fuere viejo, no se apartará de él.”
Pero ¿qué se comprende con este compromiso, “Mi casa y yo serviremos al Señor”?
Examinaremos, primero, qué es “servir al Señor”. Segundo, quiénes están incluidos en “mi casa”. Y tercero, qué podemos hacer para que nosotros y nuestra casa sirvamos al Señor.
¿Qué es “servir al Señor”?
Primero, examinaremos qué es “servir al Señor”, como cristianos; no solo con un servicio exterior, sino desde adentro, con el servicio del corazón, “adorándole en espíritu y en verdad”.
Lo primero en el servicio del Señor es la fe; creer en el nombre del Hijo de Dios. Tan pronto que alguien tiene el testimonio dentro de sí; tan pronto que puede decir: “La vida que vivo ahora, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó, y se dio a sí mismo por mí” – éste es capaz de verdaderamente “servir al Señor”.
Tan pronto como cree, ama también al Señor; y esto es otra parte del servicio al Señor. “Nosotros le amamos porque él nos amó primero”. El amor del Dios perdonador está “derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos es dado.”
Y si alguien ama verdaderamente a Dios, necesariamente va a amar también a su hermano. La gratitud al Creador producirá bondad hacia Sus criaturas. Hacia todos los hijos de Dios nos vestiremos de amabilidad, bondad, longanimidad, perdonándonos unos a otros si alguien tuviera una queja contra alguien, como Dios, por medio de Cristo, nos perdonó a nosotros.
Algo más está implicado en “servir al Señor”: Obedecerle; caminar constantemente en todos sus caminos, hacer su voluntad desde el corazón; evitar cuidadosamente lo que él prohibió, y hacer celosamente todo lo que él mandó; esforzarse siempre a tener una consciencia limpia ante Dios y los hombres.
¿Quiénes están incluídos en “mi casa”?
La persona en tu casa que merece tu primera atención más cercana, es sin duda tu esposa. Es tu deber amarla como Cristo amó a la iglesia, poniendo su vida por ella, para purificarla para él, sin mancha ni arruga. Lo mismo debe buscar cada esposo; usar todas las medidas posibles para que su esposa sea libre de toda mancha, y que camine irreprochablemente en amor.
Después vienen tus hijos; espíritus inmortales a los que Dios encomendó por un tiempo a tu cuidado, para que los entrenes en toda santidad, y los prepares para la comunión con Dios en la eternidad. Esta es una responsabilidad gloriosa e importante; velar por un alma es de más valor que todo el resto del mundo. Por tanto, vela sobre cada niño con sumo cuidado, para que, cuando seas llamado a rendir cuentas acerca de cada uno de ellos ante Dios, puedas hacerlo con gozo y no con tristeza.
A tus siervos, de cualquier clase, debes considerar como hijos secundarios: a ellos también, Dios los encomendó a tu cuidado y te pedirá cuentas acerca de ellos. Pues cada persona bajo tu techo que tiene un alma a ser salvada está bajo tu cuidado; no solo aquellos siervos que tienen un contrato contigo, sino también aquellos que vienen a servirte por un día. Y no es la voluntad de tu Maestro que está en el cielo, que uno de ellos parta de tu casa sin recibir de ti algo más valioso que oro o plata. – En cierta medida, incluso eres responsable por “el extranjero que está dentro de tus puertas”, haciendo todo lo que está en tu poder para impedir que él peque en alguna manera contra Dios.
Examinaremos, tercero, ¿qué podemos hacer para que todos ellos “sirvan al Señor”?
Esforcémonos, primero, a restringirles de todo pecado externo; que no hablen palabras profanas ni usen el nombre de Dios en vano; que no hagan trabajos innecesarios en el día del Señor. Esta obra de amor la debes incluso a tus visitantes; y mucho más a tu esposa, tus hijos, y tus siervos.
A los visitantes, les puedes restringir con argumentos o persuasión suave. Si después de varios intentos no te hacen caso, es tu deber hablarles aparte y despedirles de tu casa. Igualmente a los siervos, si si no puedes convencerlos con razones junto con tu propio ejemplo, o con reproches, después de muchas repeticiones, entonces debes despedirlos de tu familia, por más inconveniente que sea.
Pero no puedes despedir a tu esposa, excepto por la causa de adulterio. ¿Qué se puede hacer entonces, si ella está acostumbrada a algún otro pecado abierto?
No puedo encontrar en la Biblia que un esposo tenga autoridad de golpear a su esposa por alguna razón, ni siquiera si ella le golpea primero; excepto si su vida estuviera en peligro inmediato. Y no conocí ni un solo caso donde una esposa haya mejorado con golpes.
Me parece que todo lo que se puede hacer en este caso, es por parte con el propio ejemplo, por parte con argumentos y persuasión, aplicándolo de la manera como la prudencia cristiana nos indica. Lo malo no puede ser vencido por lo malo; no podemos vencer al diablo con sus propias armas. Por tanto, si no podemos vencer el mal con el bien, somos llamados a soportarlo. Digamos: “Esta es la cruz que Dios escogió para mí. El lo permite para un fin sabio.” Por mientras, continuemos en oración seria, sabiendo que con Dios nada es imposible.
A tus hijos, mientras son pequeños, los puedes restringir de lo malo, no solo con consejos, persuasión y reproches, sino también con corrección; pero recuerda que esta medida se usa solo al último, después de probar todas las otras. Y aún cuando necesitas castigar, sé muy cuidadoso de evitar aun la apariencia de pasión. Todo lo que hagas, hazlo con benignidad.
Algunos te dirán: “Estos son esfuerzos perdidos; un niño no necesita ninguna corrección en absoluto. La instrucción, la persuasión y el consejo serán suficientes.” Yo respondo, que esto puede tener éxito con unos pocos niños en particular. Pero de ninguna manera es una regla general, ¿o te crees más sabio que Salomón, o aun que Dios mismo? Pues es Dios mismo, quien conoce mejor a sus propias criaturas, quien nos dijo expresamente: “El que evita la vara, odia a su hijo; pero el que le ama, le castiga a tiempo.” (Prov.13:24)
Segundo, esforcémonos a instruirles. Que cada persona bajo tu techo tenga el conocimiento necesario para la salvación. Que tu esposa, tus siervos y tus hijos sean enseñados todo lo que pertenece a su paz eterna. Para este fin, debes ver que no solo tu esposa, sino también tus siervos tengan todas las oportunidades de instrucción cristiana pública; y que especialmente en el día del Señor todos puedan atender a las ordenanzas de Dios. También provee para que cada día tengan algún tiempo para la lectura Bíblica, la meditación y la oración; y debes inquirir si realmente están usando este tiempo para estos ejercicios. Y que no pase ningún día sin oración en familia, con seriedad y solemnidad.
Particularmente debes esforzarte a instruir a tus hijos, desde temprana edad, claramente, frecuentemente, y pacientemente. Instrúyeles desde la primera hora que ves que su razón despierta. La verdad puede alumbrar sus mente mucho más temprano de lo que suponemos. Quien observa las primeras aperturas de la mente del niño, proveerá poco a poco la materia para que trabaje en ella, y dirigirá los ojos de su hijo hacia lo bueno. Cuando un niño empieza a hablar, puedes estar seguro de que su razón está trabajando. En este mismo momento, los padres deben empezar a hablarle de las mejores cosas, las cosas de Dios. Y desde ese tiempo, no se debe perder ninguna oportunidad para infundirles todas las verdades que son capaces de recibir.
Pero el hablar tempranamente no servirá, si no les hablas claramente. Usa palabras que los niños pequeños pueden entender, tales como ellos mismos usan al hablar. Observa cuidadosamente las pocas ideas que ellos ya tienen, y desarrolla desde allí lo que tienes que decir. Para dar un pequeño ejemplo: Dile al niño que mire al cielo, y pregúntale: “¿Qué ves allí?” – “El sol.” – “¡Mira cuánto brilla! ¡Siente como calienta tu mano! ¡Mira cuán verde es el pasto! Pero Dios, aunque no puedes verle, está más arriba del cielo. !El es mucho más brillante que el sol! Es Dios quien hace crecer el pasto y las flores. El hace que los árboles sean verdes, y que crezcan frutas en ellos. ¡Piensa en lo que El puede hacer! El puede hacer todo lo que quiere. ¡El podría matarme a mí o a ti en un instante! Pero El te ama; le gusta darte cosas buenas. Le gusta hacerte feliz. ¿No debes entonces tú también amarle a El? Y El te va a enseñar como amarle.”
Mientras le hablas así al niño, debes continuamente elevar tu corazón a Dios, pidiéndole que abra el entendimiento del niño y eche su luz sobre él. Solo El puede aplicar tus palabras al corazón del niño. Sin esto, todo tu esfuerzo sería en vano. Pero cuando el Espíritu Santo enseña, el aprendizaje no demora.
Pero si quieres ver el fruto de tu labor, debes enseñarles frecuentemente. Sería de poco provecho, hacerlo solamente una o dos veces a la semana. ¿Cuán a menudo alimentas sus cuerpos? Normalmente, tres veces al día o más. ¿Y vale el alma menos que el cuerpo? ¿No la vas a alimentar entonces con la misma frecuencia? – Si esto te parece una tarea tediosa, entonces seguramente algo está mal en tu propia mente. No los amas lo suficiente; o no amas a Aquel que es tu Padre y el Padre de ellos. ¡Humíllate ante El! Pídele que te dé más amor; y el amor hará que la labor sea ligera.
Pero no servirá enseñarles temprano, clara y frecuentemente, a menos que perseveres en ello. Nunca lo dejes, nunca interrumpas tu labor de amor, hasta que veas su fruto. Pero para esto, encontrarás la necesidad absoluta de ser investido con poder de lo alto. Sin ello, nadie tendrá la paciencia suficiente para este trabajo. La apatía de algunos niños, y la frivolidad o perversidad de otros, te desanimaría.
Y suponemos que hiciste todo esto, y perseveraste, pero hasta ahora no ves ningún fruto, no debes concluir que no habrá fruto. Posiblemente el “pan” que “echaste sobre las aguas”, será “encontrado después de muchos días”. La semilla que permaneció mucho tiempo en el suelo, puede al finar brotar para una cosecha abundante. Especialmente si continúas en toda súplica ante Dios. Por mientras, sea lo que sea el efecto en otros, tu recompensa está con el Altísimo.
Muchos otros padres ya pueden ver el fruto de la semilla que sembraron, y tienen el consuelo de observar a sus niños crecer en gracia como crecen en años. Pero todavía no hicieron todo. Todavía tienen otra tarea, a veces de bastante dificultad. Sus hijos tienen ahora la edad suficiente para asistir a la escuela.
(Nota del traductor: En los tiempos de Wesley, esto era a los 8 años o más. Como notamos, Wesley esperaba que hasta esa edad, los padres se hagan cargo la educación entera de sus hijos, y que la mayoría de los hijos lleguen a entregarse al Señor durante este tiempo.)
¿Pero qué escuela es aconsejable para enviarles allí?
Recordemos que no estoy hablando al mundo salvaje y frívolo, pero a los que temen a Dios. Les pregunto, entonces, ¿para qué fin envías a tus hijos a la escuela? – “Qué, para que sean preparados para vivir en el mundo.” – ¿De qué mundo hablas, de éste o del por venir? Quizás pensaste solo en este mundo, y te olvidaste de que hay un mundo de por venir; sí, ¡y uno que durará eternamente! Por favor considera mucho esto, y envía a tus hijos a tales maestros que mantengan este mundo venidero siempre delante de sus ojos. De otra manera, enviarlos a la escuela (permítanme hablar claramente) es poco mejor que enviarlos al diablo. De toda manera, entonces, envía a tus hijos, si tienes alguna consideración por sus almas, no a una de estas grandes escuelas públicas, (porque estas son cunas de toda clase de maldad), sino a una escuela privada, donde enseñe un hombre piadoso, quien se esfuerce a instruir a un número pequeño de niños en la religión y la enseñanza juntos.
Igualmente a tus hijas, no las envíes a una escuela pública de niñas. En estas escuelas, las niñas se enseñan unas a otras el orgullo, la vanidad, la intriga, el engaño, y, en breve, todo lo que una mujer cristiana no debe aprender. Por más que tu hija tenga una inclinación buena, ¿qué hará en una multitud de niñas, de las que ni una tiene algún pensamiento en salvar su alma? – especialmente cuando toda su conversación apunta en el sentido opuesto, y se habla de cosas que desearías que tu hija ni piense. Sería igual enviar a tu hija a ser educada en la calle.
Podemos suponer ahora que tus hijos hayan asistido a la escuela por suficiente tiempo, y estás pensando en algún negocio para ellos. Antes de determinar algo en este asunto, asegúrate de que tu ojo sea sencillo. ¿Es esto así? ¿Es tu deseo, agradar a Dios en esta decisión? Entonces, si tú mismo temes a Dios, tu primera consideración será: “¿En qué negocio será más probable que mi hijo ame y sirva a Dios? ¿En cuál trabajo tendrá la mayor oportunidad de juntar tesoros en el cielo?” – Me chocó desmesuradamente, ¡observar cuán poco aun los padres piadosos consideran esta pregunta! Aun ellos preguntan solamente cómo su hijo ganará más dinero, no cómo encontrará más santidad. Aun estos envían a sus hijos a un maestro pagano, y a una familia donde no existe ni siquiera la forma, ni mucho menos el poder de la religión. De esta manera le comprometen con un negocio que necesariamente le expondrá a tales tentaciones, que no le quedará ni una posibilidad de servir a Dios. ¡O padres salvajes! qué crueldad diabólica – si ustedes realmente creen que existe otro mundo.
“¿Pero qué haré?” – Pon a Dios delante de tus ojos, y haz todo con el deseo de agradarle. Entonces encontrarás a un maestro, de cualquier profesión, que ama, o por lo menos teme, a Dios; y encontrarás una familia donde está por lo menos la forma de la religión, o aun su poder. Sin embargo, tu hijo podría servir al diablo si desea; pero es más probable que no lo haga. Y no te dé cuidado que gane menos dinero, con tal que reciba más santidad. Es suficiente, aunque tenga menos bienes terrenales, que asegure la posesión del cielo.
Existe una circunstancia más, en la que necesitarás mucha sabiduría de lo alto. Tu hijo o hija está ahora en la edad de casarse, y desea tu consejo. Tú sabes lo que el mundo llama un buen partido: donde se gana mucha plata. Pero la plata pocas veces trae felicidad, ni en este mundo ni en el venidero. Entonces que nadie te engañe con vanas palabras. Si eres sabio, no buscarás riquezas para tus hijos en el matrimonio. Vela para que tu ojo sea sencillo en este asunto también: apunta hacia la gloria de Dios, y la verdadera felicidad de tus hijos; en este tiempo y en la eternidad. ¡Es triste ver como padres cristianos se gozan en vender a su hijo o su hija a un pagano rico! ¿Esto es lo que llamas un buen partido? Necio, con la misma razón podrías llamar el infierno una buena morada, y al diablo un buen maestro. ¡Oh, aprende una mejor lección de un mejor maestro! “Buscad primero el reino de Dios, y su justicia”, tanto para ti como para tus hijos, “y todas las otras cosas les serán añadidas.”
Si estás firmemente determinado a caminar en este camino, de esforzarte con todas las medidas para que tu casa sirva así al Señor; que cada miembro de tu familia le adore, no solo exteriormente, sino en espíritu y verdad; entonces necesitarás usar toda la gracia, toda la valentía, toda la sabiduría que Dios te dio. Porque encontrarás tales obstáculos en el camino, que solo el gran poder de Dios puede capacitarte a vencerlos. Tendrás a todos los santos del mundo para luchar contra ellos, porque pensarán que estás llevando las cosas demasiado lejos. Tendrás todos los poderes de las tinieblas en tu contra, usando la fuerza y el engaño; y sobre todo, el engaño de tu propio corazón, porque si le haces caso, te llenará de muchas razones por qué deberías conformarte más con el mundo. Pero así como empezaste, ¡avanza en el nombre del Señor, y en el poder de Su fuerza! Desafía al mundo sonriente y amenazante, con su príncipe. Sigue las razones y la Palabra de Dios, no las modas y costumbres de los hombres. Mantente puro. No importa lo que hacen otros; que tú y tu casa “adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador.” Que tú, tu cónyuge, tus hijos, y tus siervos, estén todos del lado del Señor; dulcemente jalando juntos el mismo yugo, caminando en todos Sus mandamientos y ordenanzas, hasta que cada uno de ustedes “recibirá su propia recompensa, de acuerdo a su propio labor”.
tomado desde http://www.altisimo.net/escolar/Wesley-familia.htm
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